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jueves, enero 31, 2008

The Boy Who Lived

The boy who lived. En el mundo mágico inventado por JK Rowlings se refiere a Harry Potter, el niño que fue atacado por Lord Voldemort y sobrevivió. Yo no he vencido a ningún mago poderoso (aún) pero me ha tocado sobrevivir un par de veces.

1984. Cuando tenía cuatro o cinco años vivía con mis papás y mis hermanos en el departamento de mi abuelo (q.e.p.d) en el norte del Valle de México. Algo característico del departamento del abuelo es las ventanas siempre estaban abiertas. Un día mi mamá cerró todas las ventanas para bañar a mi hermana bebé. Cuando terminó de bañarla, las ventanas se quedaron cerradas para que no se enfriara la pequeña bebita recién bañada. Después de un rato me empezó a doler la cabeza; lo mismo le sucedió a mi hermano de tres años. Mi mamá cuenta que mi hermano y yo llorábamos del dolor, sin embargo, fue en el momento cuando a ella le empezó a doler la cabeza cuando realmente se asustó. En ese momento mi mamá llamó a mi papá para que fuera por nosotros. Mi papá trabajaba por Miguel Ángel de Quevedo y el departamento estaba en Satélite. (Eso para los que no conozcan la ciudad de México representaba un trayecto de entre 45 a 90 minutos). Afortunadamente mi papá notó que algo estaba muy mal y que era urgente que alguien fuera por nosotros. Así que le pidió a un amigo y compañero de trabajo quien estaba cerca de donde vivíamos que fuera por nosotros. Afortunada decisión. Resultó que mi abuelo tenía una fuga de gas muy leve, de la cual no se había percatado ya que todas sus ventanas estaban siempre abiertas. Que bueno que mis papás reaccionaron correctamente… me atormenta pensar que una reacción muy válida hubiera sido que mi mamá se tomara una aspirina y se fuera a tomar una siesta… siesta de la que nunca hubiera despertado. Por otro lado, si mi papá hubiera ido por nosotros, probablemente ya no nos hubiera encontrado con vida…

1991. Cuando iba en sexto año, yo era el niño más alto de toda la primaria y uno de los más pesados. Siempre pensé que ser grande era algo bueno…

Ese año hubo un concurso en mi escuela. El objetivo era elaborar el taco más grande… la verdad no recuerdo cual era el premio. Supongo que sería algo como unos boletos de cine o unas líneas de boliche gratis.

Como teníamos 12 años, nuestras mamás decidieron que el taco no era un asunto para niños y ellas terminaron preparándolo. El resultado fue una cosa que en lugar de taco parecía un sope gigante. Grueso como un hot cake doble, de unos 25 cm de ancho y como 1.20 de largo. Al día siguiente durante el concurso apareció un taco como del doble de largo que el nuestro, así mi taco no ganó. El premio de consolación fue que cada equipo se podía comer su taco en el recreo. Ni modo. A la hora del recreo calentaron los tacos en los hornos de la escuela y los comimos de lunch. Comí y comí de mi taco. Conforme este se iba enfriando, la masa se iba endureciendo. Por comer rápido se me fue un pedazo de taco el cual se atoró en mi garganta. Me costaba mucho trabajo respirar, pero aún podía.

En un segundo de lucidez decidí que necesitaba alguien mas grande que yo (recuerden que era el niño mas grande de la primaria) para que me hiciera la maniobra de Heimlich. Conforme pasaba el tiempo me costaba más trabajo respirar. AL final del patio vi a un maestro, en ese momento decidí que e sería el único que me podría ayudarme. El profesor estaba como a cinco canchas de básquetbol de distancia. Así que empecé a correr hacia él. No había avanzado ni 5 metros cuando mi garganta se tapó completamente. No podía respirar y en mi pánico lo único que se me ocurrió fue correr más rápido. Sabía que esa última respiración no iba a durar mucho…

Afortunadamente después de correr como desesperado algunos metros el pedazo de taco finalmente pasó hacia el estomago. Me raspó toda la garganta, pero por fin pude respirar de nuevo.

29 de diciembre de 2001. Acapulco, Guerrero. En la playa conocida como “El revolcadero”. No tenía ni una semana de que había regresado de mi intercambio en España y estaba aprovechando para tomar un poco de sol… y de cerveza.

Después de varias chelas me metí al mar. No recuerdo cuantas me tomé, pero estaba “happy-són”. Estaba muy tranquilo en el mar, cerca de la orilla en un lugar donde el agua me llegaba al pecho y pisaba el fondo sin problemas. De pronto sentí como el agua me empezó a llegar a la barbilla. Así que mi novia y yo nadamos un poco para acercarnos. Fue un poco desesperante ver que después de nadar hacia la orilla estábamos aún más lejos de la playa. En este momento ya no siquiera pisábamos el fondo. Intentamos nadar un poco más, pero la corriente nos siguió arrastrando. Por suerte el resto de las personas que iban con nosotros se dieron cuenta de que la corriente nos había arrastrado y llamaron a los salvavidas.

Llegaron dos salvavidas al rescate. A mi novia la sacaron relativamente rápida y fácilmente. En mi caso les costó mucho más trabajo y necesitaron dos personas para poder sacarme. Debo confesar que nunca me entró el pánico porque nunca estuve consiente de lo cerca que estuve de ahogarme. Me asusté bastante 10 segundos después de que me sacaron del agua, cuando se me acalambraron las piernas. No puede evitar pensar… ¿qué hubiera pasado si se me acalambran 10 minutos antes?


Feliz Cumpleaños al Señor Terrateniente!